Las incomodidades que genera muy puntualmente la masificación turística se han disparado desde hace alrededor de una década, cuando se fomentó el modelo de Airbnb, por lo que el más efectivo antídoto contra esta saturación sería auspiciar una vuelta a este formato más regulado de paquete con turoperador, autobús y ‘todo incluido’ (Vivienda, saturación y atascos: el origen del problema es el mismo).
El encarecimiento de la vivienda, la pérdida de identidad, la conflictividad vecinal, el empleo de peor calidad, el colapso de carreteras por los coches de alquiler y el lleno en ciertas calles, playas y atractivos, tienen su origen en el auge del alquiler vacacional y de los cruceros, con su menor aportación en la creación de puestos de trabajo y en contribución fiscal.
El modelo que rigió a la industria vacacional durante medio siglo desde los años 60 se caracterizaba por su ordenación, ya que las mayoristas gestionaban a grupos desplazados por carretera con un solo vehículo para unas 60 personas, y cuya estancia en destino transcurría mayoritariamente dentro del hotel.
Aunque los antiturismo de entonces también criticaban al ‘todo incluido’ porque desalentaba a que el turista gastase fuera del hotel, y hoy lo critican por consumir todo el territorio, el ejemplo de Nueva York de contener al alquiler vacacional demuestra que se puede dar prioridad al viajero de más calidad, reduciendo al low cost.
Como medidas más eficientes para volver a un modelo más equilibrado se suele citar la imposición de multas a plataformas como Airbnb y Booking, que permiten una oferta ilegal masiva, al mismo tiempo que estimular a los propietarios de casas vacacionales para que se produzca un trasvase hacia su uso residencial, que es el que obligan además precisamente los planes urbanísticos.
El estímulo para que estos dueños de viviendas –en pos de anteponer el interés general al suyo particular– dejen el alquiler de corta estancia para pasar al de larga –sin que se queden por tanto sin rentabilidad por su inmueble– pasaría por anular la rentabilidad superior que les ofrece la cesión al turista frente al local.
Ello podría conseguirse mediante penalizaciones fiscales a quien persista en mantener su casa para fines turísticos y al mismo tiempo impulsar bonificaciones de impuestos al propietario que devuelva su inmueble a su uso residencial originario.
Por un lado se reduciría la oferta de alojamientos de peor calidad, y por otro se potenciaría la ordenada del paquete clásico de la turoperación; se haría igualmente aconsejable privilegiar la promoción en ferias, que es donde la intermediación negocia sus flujos turísticos regulados.
Las recientes manifestaciones antiturismo, junto con los acosos y humillaciones a viajeros, entre pintadas ofensivas al visitante, no han aportado propuestas ni soluciones, salvo históricamente críticas tanto si se hace una cosa y la contraria, como ocurría cuando se reprochaba al que destruía territorio en su tierra, pero a la vez se le reprobaba que invirtiese fuera en lugar de hacerlo en su casa (El acoso y humillaciones a turistas ya afectan a las reservas).
Las últimas recetas que con más ahínco se defendieron por parte de colectivos como el ecologista GOB, cuyo error luego acabó reconociendo su líder Amadeu Corbera, fue el de alentar el modelo de Airbnb solo pensando en que si era nocivo para el hotelero sería bueno para el conjunto de la sociedad, cuando ha resultado aún más dañino para los segundos.