La España de Pedro Sánchez es hoy por su bonanza económica una excepción entre las grandes potencias europeas, y el gran responsable de que el desempleo se encuentre lejos de máximos es el sector turístico, al que desde el propio gobierno se descalificó con la triada de maldades como “precario, estacional y de bajo valor añadido” (La ministra Maroto atiza al turismo por la “precariedad”).
La prosperidad actual del país ha resultado determinante para que un buen número de votantes haya perdonado al inquilino de la Moncloa haber incumplido otro buen número de promesas mediante sus “cambios de opinión”, pero estos vaivenes no se han extendido a que se le reconozca al Turismo al menos alguna contribución positiva para el país.
El denostado sector que sustenta el estado del bienestar y la estabilidad social se ha convertido en el gran activo de España para escapar de la contracción que se vive en los principales países europeos al verse afectados por su alto grado de industrialización o de su dependencia de China.
Así lo acredita un reciente informe divulgado hace pocos días y con amplio eco mediático, aunque pese a ello los autores de los más crudos ataques a la reputación del sector no han admitido a su vez las bondades del sector de igual modo que lo hicieron con algunos de sus inconvenientes.
El principal problema que hoy representa el sector viene derivado de lo que puede llamarse el ‘modelo Armengol’, que con su promoción del alquiler turístico, y su consecuente encarecimiento de la vivienda para residentes, ha provocado en Baleares una pérdida de la identidad en las dos legislaturas que gobernó (Baleares: el alquiler turístico se come el parque residencial).
En esos ocho años, la oferta de plazas turísticas se disparó de unas 300.000 a 400.000, viniendo esas cerca de 100.000 nuevas muy abrumadoramente de su estímulo a sacar del mercado residencial esas viviendas para que fueran al turista, pensando únicamente que así se molestaba al hotelero, lo cual era el objetivo supremo.
Sin embargo, el residente se ha visto más afectado que el hotelero por este fenómeno, ya que muchos no han tenido más remedio que buscarse casas fuera de las islas, a la vez que los peninsulares que iban al archipiélago a trabajar en el sector han dejado de hacerlo al no compensarles el coste de la vivienda.
Este trabajador nacional se ha visto reemplazado por una amalgama de mano de obra de múltiples regiones, como Sudamérica, el Magreb, África Subsahariana, Europa del Este o Asia, todos ellos con culturas, credos e idiomas diferentes y difícilmente compatibles, ya que acostumbran a compartir entre más personas una vivienda que el peninsular debido a venir de países más pobres.
Así, este ‘modelo Armengol’ ha dejado como resultado una sociedad menos cohesionada ya que un buen número de extracomunitarios se instalan con vocación de permanecer poco tiempo en las islas y por lo tanto se sienten menos implicados en su futuro a largo plazo, a la vez que se amplía la brecha de integración tanto por desinterés cultural como por grado de desigualdad económica.
Este fenómeno se aprecia más gráficamente en Palma, en cuyo extrarradio desde 2015 se ha disparado esta amalgama de nacionalidades de un estatus cultural alejado del local, mientras en el casco antiguo se ha fomentado la compra de casas por parte de ricos alemanes, británicos y suecos, para dejar en definitiva al residente casi en minoría de manera inédita, y haber achicado su identidad.
Y aunque esta pérdida de identidad venga siendo el gran legado y a la vez problema que viene generando el turismo, como consecuencia del resentimiento ideológico por encima del criterio racional y objetivo, los críticos que desde el gobierno azotaron de forma sin precedentes al sector en su momento, ahora no hacen mención alguna a los efectos de su modelo, a la vez que tampoco complementan su discurso con el reconocimiento de todo lo bueno que también un turismo ordenado ha venido suponiendo para millones de familias.
La España actual, de esta forma, se sitúa por encima en generación de riqueza que el resto de sus pares europeos gracias al sector que más redistribuye la prosperidad, y sobre el cual se hace necesario acabar con la saturación estacional mediante el trasvase de vivienda de uso turístico hacia el residencial, y el coto a los cruceros que contribuye mucho menos a generar empleo local y a pagar impuestos.