La turismofobia no es una corriente nueva creada por activistas y antisistemas que están hartos de la masificación; es un movimiento impulsado hace 25 años por el Gobierno de ultraizquierda que comandaba Antich en Baleares (socialistas, comunistas, ecosoberanistas y regionalistas-mercantilistas) y que contó con el inesperado apoyo y desde otra trinchera de los miembros de la nobleza mallorquina, los “señores” que nunca vieron con buenos ojos la nueva clase adinerada nacida a rebufo del turismo. Opositores de un lado y de otro que se alimentaban y disfrutaban de la vida gracias al negocio tan denostado por todos ellos. Pura envidia y gigantesca contradicción de gente muy dispar tanto en lo social como en lo económico.
Los políticos son los únicos grandes culpables de la turismofobia por falta de iniciativa y de visión, pero también hay que señalar a una buena parte de la clase empresarial. Las autoridades siempre están de paso y son menos inteligentes que los empresarios y los ejecutivos turísticos. Ahora es cuando se empieza a oír a los lobbies y a las asociaciones intentando que no se demonice al turismo y a la par se ponga orden en los lugares descontrolados. Los “zoredas” “y “marichales” del turismo han reaccionado tardíamente a las embestidas de los que odian al turismo, y dicen que hay poner coto a la situación para que el sector “no muera de éxito “. Ya ustedes saben.
En paralelo a Baleares, otros destinos crecieron sin mucho control en el sur de Gran Canaria y de Tenerife, al igual que en algunas zonas de las comunidades andaluzas y catalanas. Benidorm, sin embargo, fue el ejemplo más paradigmático del desarrollo descomunal. Pero en ninguno de esos destinos se produjeron manifestaciones, quejas y artículos en contra de las edificaciones descontroladas y feas (esas montañas de Mogán, Adeje y Marbella…). Ningún Gobierno autonómico de entonces llegó a decir, como en 2000 lo hizo en Baleares una consejera de Medio Ambiente, que “a las islas han de venir 3 millones menos de turistas al año”. Los isleños del Mediterráneo español también han sido unos adelantados en la batalla contra la industria más relevante de nuestro país.
La masificación no es exclusiva de los principales destinos costeros; también está presente en grandes ciudades y regiones europeas, de Venecia a Atenas pasando por Ámsterdam y llegando hasta la Antártida. Poner coto al turismo masivo es tremendamente complicado. Pero hace tiempo que se tenían que haber buscado soluciones a los colapsos en barrios, calles y carreteras. Las autoridades no han sido previsoras ni en Canarias (el cinturón insular habría acabado con los estresantes atascos del sur de Tenerife) ni en otras comunidades. Han tardado mucho en regular a los megacruceros y están tardando bastante en buscar una solución a los pisos vacacionales.